Cuando el fuego te empieza a abrasar, es muy difícil pararlo.
Quema por fuera y por dentro, como si tu cuerpo fuera inflamable.
El calor se hace insoportable, se achicharran tus mejillas, se incineran tus pupilas...
Olvidas el dolor de la llama y te abrazas a ella, quieres más y más, como una droga que se apodera de tu voluntad.
Pero aunque lo quieras coger, se te escapa de entre los dedos. No lo puedes poseer.
¿Es posible detenerlo a tiempo? ¿apagar la llama antes de que te conviertas en su esclavo? ¿antes de que te calcine?
Porque cuando pasa, y vuelve el frío, sólo te quedarán cenizas entre las manos.
Y sólo las cenizas se pueden guardar.
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Mientras quema el fuego se disfruta, las cenizas son restos para recordar un tiempo en que no pensaste y que ahora te da igual.
ResponderEliminarBesos, Silderia. Ya tenía ganas de leerte