lunes, 25 de enero de 2010

Contracorriente

Reaviva mis enigmas,
reproduce en mí sus heridas,
libera a los fantasmas del pasado
y deja que me arrastren a la rutina...

Pero borra estas palabras y deja que el tiempo pase
porque en un futuro esas llagas serán mías,
las marcas de las cadenas en mis muñecas;
porque el tiempo suaviza los golpes que recibo al intentar frenar este bucle,
hasta que mis fuerzas mengüen y me deje llevar por la corriente.

Porque el tiempo no cura las heridas, pero hacen que se te vuelvan a olvidar.

Y nunca para, nunca para.

Tranquilo, esta vez no te dolerá.

domingo, 17 de enero de 2010

Cerca de las vías




Las miradas se cruzan en la estación, y el aire huele a sonrisas e incertidumbre. Los viajeros anónimos esperan al tren que les lleve a su destino.

Yo nunca supe cuál coger, simplemente veía como cientos de personas subían y bajaban de los vagones para luego desaparecer para siempre. Pues decían que, aquellos trenes, nunca regresaban.

Algunos viajaban solos, otros acompañados; unos compraban su billete y otros intentaban colarse burlando al revisor; la mayoría parecía feliz. El aire olía a sonrisas e incertidumbre. Ninguno se percataba de mi existencia. Yo estaba detrás, sentado en cualquier banco, mientras ellos esperaban de pie junto a las vías a que el tren asomara por el horizonte.

Subían unos, bajaban otros. Eran viajeros sin rostro que rápidamente olvidaba.

A veces quise conocerlos, pero únicamente les preocupaban sus relojes y que el tren llegara a la hora prevista, no escuchaban mi voz, ni sentían mi tacto. Sólo pude imaginar sus vidas, sabiendo que siempre serían ajenas a la mía, pues pronto marcharían lejos.

Por la noche estaba solo, no había nadie, ni circulaban trenes. El aire olía a azufre e incertidumbre.

Aquél día se despertó con una luz distinta, o quizás yo con otros ojos, pero esa mañana se movía entre el gentío alguien que andaba distinto, que miraba a otros horizontes.

Se sentó a mi lado. Nuestras miradas se cruzaron un segundo, y el aire olió a sonrisas que refulgían en llamas. No había nadie más en la estación, pero un nuevo tren apareció, parecía vacío, y se quedó inmóvil ante nosotros. Cuando intenté por fin acercarme a ella, se levantó y subió en el último vagón de aquél solitario tren, las puertas se cerraron y comenzó a andar mientras yo observaba cómo desaparecía en el infinito y su traqueteo se disolvía en el cielo gris.

Viaja hasta el fin, hasta donde acaben las vías; siente el paisaje y sueña con un tren que recorre el mundo sin destino. Busca parajes de ensueño, pero recuerda que aún hay alguien que te espera sentado en el andén.

domingo, 3 de enero de 2010

Lienzo blanco, noche oscura

Aún no me conoces, porque todavía no estoy completo.
Sólo soy la semilla, difusa, transparente.

Nací ayer y hoy sigo aprendiendo a respirar, a llenar mis pulmones con el infinito, a alimentar mi carne con estrellas y a saciar mi sed con el cielo que se refleja en el mar.

Necesito espacio para crecer, tiempo que aprovechar; porque todo lo demás, quizás, sea falso.

El suelo que pisamos, las manzanas que tragamos, los labios que callamos, las heridas que bordamos... en algún lugar se burlan de nosotros.

O quizás se mofan de los que piensan que no son reales; porque nunca podrán pisar el suelo, ni bordar sus heridas con los labios cerrados.

A veces el infinito penetra en mi estómago, es entonces cuando el tiempo parece detenerse y por mucho que me arrope, sigo teniendo frío...