
Salí a la calle y empecé a correr lo más rápido que pude. Sentía que había algo que vibraba en mi interior y necesitaba ahogarlo. Una gran luna llena iluminaba una ciudad sombría y desierta, por la que yo corría sin rumbo, desesperado. Mis pies chocaban estrepitosamente contra el asfalto, rompiendo con cada golpe el silencio de la noche, sentía que mi respiración jadeante podría escucharse por toda la ciudad, pero no me importaba.
Tenía la mente en blanco, no pensaba en nada, sólo un extraño instinto me empujaba a seguir con la carrera. Pasé por callejones que nunca antes visité, a toda prisa, como si huyera de algo, pero sin mirar atrás. Quizás sólo quería escapar de mí mismo, y cuando ese pensamiento inundaba mi mente, apretaba el paso. Mi corazón latía violentamente contra mi pecho, tanto que incluso me hacía daño. Las plantas de mis pies ardían como si estuviera pisando carbón al rojo vivo, pero no podía parar. Corrí y corrí sin detenerme durante un tiempo que nunca pude calcular, pues todo a mi alrededor se movía demasiado deprisa.
Seguí sin rumbo hasta que llegué a una playa, también desierta, y salté a la arena. En ese momento ya había perdido la noción de mi cuerpo y sentía que no podía controlar ya mis movimientos. Las olas rompían contra la orilla de forma violenta y el ruido que producían lograba superponerse al de mis pensamientos, que cada vez gritaban con más fuerza. Me dirigí de manera instintiva hacia el mar y me adentré en el agua, hacia el fondo, trotando para esquivar las olas hasta que no tuve más remedio que comenzar a nadar. Mis manos golpeaban bruscamente el agua, salpicando de manera exagerada y dejando tras de mí un largo rastro de espuma. En aquél momento mis fuerzas empezaron a flaquear y al cabo de un tiempo desfallecí, a unos 500 metros de la orilla, en mitad de la noche, en un mar alumbrado por una gigantesca luna llena, a la que desde mi posición observaba, mientras me hacía consciente de mi destino.
Mis párpados comenzaban a cerrarse, estaba a punto de desmayarme abatido por el cansancio. En ese instante escuché un ruido, me di cuenta que alguien nadaba hacia mí, a toda prisa.
Cuando desperté estaba tumbado en la playa, con las ropas mojadas, alejado de la orilla donde seguían rompiendo las olas. La persona que me salvó estaba de pie a mi derecha, vislumbraba su figura como una sombra borrosa. Poco a poco mis ojos volvieron a ver con claridad y pude distinguir el rostro de una mujer, alumbrado por la luz de luna. Se dirigió dulcemente hacía mí.
- Lo sé, pero soy consciente de que nunca podré llegar a tocarla realmente. Es más, si sintiera que existe la más remota posibilidad, una entre un millón, si abrigara el más mínimo ápice de esperanza de que pudiera, por un instante al menos, rozar su superficie con la yema de mis dedos, entonces se esfumaría hasta el más mínimo deseo de llegar hasta ella, es precisamente su naturaleza inalcanzable lo que la hace ser anhelada. Por eso, alguien como yo debe saber conformarse con su simple reflejo en el mar, aunque con ello sólo consiga morir ahogado.
Se hizo el silencio durante un instante.