sábado, 5 de diciembre de 2009

Listas

Una vez probé a enumerar las cosas que me gustan y las que odio. Aquello no duró demasiado.

Me gusta: la gente que crea cosas de la nada, la lluvia, las estrellas...

Odio: la hipocresía, las listas, ...

Arrugué el papel y lo tiré a la basura.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Ser o ayudar a ser

La vida es una prueba constante donde uno tiene la oportunidad de demostrarse a sí mismo hasta dónde es capaz de llegar con el cuerpo y el cerebro que le dieron.

¿Resultados a corto o a largo plazo? ¿Camino o meta?

Pero ¿y si no sólo depende de uno mismo? ¿y si depende del cuerpo y el cerebro de alguien más? ¿y si depende del lugar y el tiempo?

¿Cual es tu función: ser o ayudar a ser? ¿Alguien controla el tiempo y el lugar?

Sólo somos polvo, el destino no existe. El mundo es superficial, el cuerpo es superficial, el tiempo y el lugar son superficiales. Nada importa en realidad.

El cerebro es lo que tiende a profundizar el mundo, tiende a dar una razón de ser, un destino... Porque no es capaz de asimilar que todo es tan superficial que resulta absurdo.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Burbujas de metal

Hay momentos extraños en los que siento sin razón aparente vértigo, miedo, vacío, sobre todo vacío.

Esa sensación de sentirse incompleto que reconcome mis entrañas. Me falta algo, ¿pero qué?. Quizás necesite reír, llorar, saltar, volar, cantar, correr, gritar, huir, sentir... Hablar...

Y todas las bocas son mudas... Y todos los oídos son sordos...

Mi alma está encerrada en un tarro de cristal y alguien se olvidó hacerle agujeros para que pudiera respirar.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Huye


Salí a la calle y empecé a correr lo más rápido que pude. Sentía que había algo que vibraba en mi interior y necesitaba ahogarlo. Una gran luna llena iluminaba una ciudad sombría y desierta, por la que yo corría sin rumbo, desesperado. Mis pies chocaban estrepitosamente contra el asfalto, rompiendo con cada golpe el silencio de la noche, sentía que mi respiración jadeante podría escucharse por toda la ciudad, pero no me importaba.

Tenía la mente en blanco, no pensaba en nada, sólo un extraño instinto me empujaba a seguir con la carrera. Pasé por callejones que nunca antes visité, a toda prisa, como si huyera de algo, pero sin mirar atrás. Quizás sólo quería escapar de mí mismo, y cuando ese pensamiento inundaba mi mente, apretaba el paso. Mi corazón latía violentamente contra mi pecho, tanto que incluso me hacía daño. Las plantas de mis pies ardían como si estuviera pisando carbón al rojo vivo, pero no podía parar. Corrí y corrí sin detenerme durante un tiempo que nunca pude calcular, pues todo a mi alrededor se movía demasiado deprisa.

Seguí sin rumbo hasta que llegué a una playa, también desierta, y salté a la arena. En ese momento ya había perdido la noción de mi cuerpo y sentía que no podía controlar ya mis movimientos. Las olas rompían contra la orilla de forma violenta y el ruido que producían lograba superponerse al de mis pensamientos, que cada vez gritaban con más fuerza. Me dirigí de manera instintiva hacia el mar y me adentré en el agua, hacia el fondo, trotando para esquivar las olas hasta que no tuve más remedio que comenzar a nadar. Mis manos golpeaban bruscamente el agua, salpicando de manera exagerada y dejando tras de mí un largo rastro de espuma. En aquél momento mis fuerzas empezaron a flaquear y al cabo de un tiempo desfallecí, a unos 500 metros de la orilla, en mitad de la noche, en un mar alumbrado por una gigantesca luna llena, a la que desde mi posición observaba, mientras me hacía consciente de mi destino.

Mis párpados comenzaban a cerrarse, estaba a punto de desmayarme abatido por el cansancio. En ese instante escuché un ruido, me di cuenta que alguien nadaba hacia mí, a toda prisa.

Cuando desperté estaba tumbado en la playa, con las ropas mojadas, alejado de la orilla donde seguían rompiendo las olas. La persona que me salvó estaba de pie a mi derecha, vislumbraba su figura como una sombra borrosa. Poco a poco mis ojos volvieron a ver con claridad y pude distinguir el rostro de una mujer, alumbrado por la luz de luna. Se dirigió dulcemente hacía mí.

-¿Estás bien?

- Sí, gracias a ti. ¿Cómo me viste?

- Te encontré por casualidad. ¿Por qué nadabas a estas horas de la noche?

- Quería llegar a la luna - respondí.

- ¿Nadando? - preguntó extrañada -. No puedes llegar a la luna a nado, tú sólo te dirigías a su reflejo en el mar.

- Lo sé, pero soy consciente de que nunca podré llegar a tocarla realmente. Es más, si sintiera que existe la más remota posibilidad, una entre un millón, si abrigara el más mínimo ápice de esperanza de que pudiera, por un instante al menos, rozar su superficie con la yema de mis dedos, entonces se esfumaría hasta el más mínimo deseo de llegar hasta ella, es precisamente su naturaleza inalcanzable lo que la hace ser anhelada. Por eso, alguien como yo debe saber conformarse con su simple reflejo en el mar, aunque con ello sólo consiga morir ahogado.

Se hizo el silencio durante un instante.

- ¿Es por eso por lo que huyes? - preguntó finalmente.

No contesté, pero quizás ella no esperara respuesta.

Se sentó a mi lado, sin decir nada, y pude experimentar una sensación de descanso y alivio. Se marchitó la necesidad de huir que antes invadía mi cuerpo. Me sentía relajado y al fin podía descansar. Cuando se acercó un poco más a mi pude ver que sujetaba cadenas en las manos y sobresaltado me incorporé de repente. Ella también se levantó, me miraba extrañada, como si no se diera cuenta de lo que tenía entre manos y le colgaba hasta el suelo. Nos miramos en silencio, encarados, yo estaba inquieto, atemorizado; mientras en su mirada se podía leer preocupación e incertidumbre. Caminaba de espaldas, alejándome de aquellas cadenas lentamente, mientras ella se compadecía de mí con la mirada. De nuevo nació en mí ese impulso que me obligaba a huir, de repente di media vuelta y comencé a correr.

A unos veinte metros paré, confundido, y volví a mirar hacia atrás, ella seguía allí, mirándome en la penumbra, quieta, con las cadenas en las manos. Esos grilletes que te encadenan a la rutina, a la monotonía; y te encierran en una celda de conformidad desde la que sólo puedes contemplar la luna tras unos barrotes y nunca más vuelves a intentar alcanzarla, hasta que te olvidas de ella. Sin decir nada dirigí de nuevo mi vista al frente y proseguí con mi marcha, huyendo hacia el horizonte. Nunca más volví a mirar atrás.

“¿Es posible conseguir descanso sin tener que sentir el frío y áspero tacto de las cadenas en las muñecas?”, me preguntaba mientras corría, pero no esperaba respuesta.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Al fin el fin

Nunca el tiempo pasó tan deprisa. Aún sigo pensando a dónde ir, aún no me he decidido, pero ya he empezado a andar y los pasos que he dado no se pueden recuperar, las huellas que he dejado no se pueden borrar.

Temo lo nuevo; las nuevas promesas, los nuevos caminos, las nuevas miradas… Temo lo eterno; las promesas eternas, los caminos eternos, las miradas eternas. Tengo miedo al cambio y a la monotonía.

Sólo soy un muñeco de trapo en el suelo al que las patadas de los transeúntes decidieron dónde ir.

domingo, 13 de septiembre de 2009

El tiempo se consume y mis manos están llenas de ceniza


Siéntate y escucha sus pasos que se alejan. Cierra los ojos para no ver cómo tu sonrisa se te escapa de entre los dedos, acariciándolos por última vez. Siente de nuevo ese cosquilleo viajando desde las yemas hacia el brazo y congelándose en un escalofrío eterno que camina lentamente por tu cuerpo, helándote la sangre.

Siéntate y observa cómo tu vida se despide. Sufre el silencio que deja al marchar, rememora una y otra vez sus pasos y aquella última caricia, vuelve a sonreír.

Sonríe.

Con la mirada fija en el horizonte.

domingo, 9 de agosto de 2009

El reflejo de la luna y la sal en mi piel


Comprendí que cada cual tiene su sitio. Comprendí cuál es mi sitio. Nunca nada es lo que podría haber sido, cuando las olas parecen crisparse en la orilla.

Comprendí que mi lugar estaba encima de un cojín de piedra, duro y frío al principio, que se amolda lentamente a mi figura, mientras la encuentro y la defino. Quizás la luna tema volver a mecer las aguas tranquilas.

Ya no me ciegan los astros, pues no les miro a los ojos. Ahora sólo observo el reflejo de su luz en mi propia retina.

Hay partículas de cielo en mi piel cuando miro a las estrellas.

domingo, 26 de julio de 2009

Asfixia

Sin aire en los pulmones buscaba alguien con quien hablar.

No había nadie

y yo me asfixiaba.

De repente escuché el silbido de una brisa imaginaria

y la inhalé sin piedad.

Con oxigeno en la sangre todo sabe mejor.

Pero seguía sin haber nadie

y volví a gritar tan fuerte como la vez anterior,

y de nuevo me quedé sin aire…


Y sin aire volví a gritar

y la misma respuesta hubo:

nadie me escuchó.


Dicen que, a veces, el silencio es la mejor respuesta,

pero yo necesito respirar

y a mi alrededor solo encuentro humo

y bocas vacías

que son chimeneas que contaminan la ciudad…


Entonces un aroma dulce impregnó mis sentidos,

todos mis sentidos.

Incluso ese que llevaba años durmiendo.

Era tan distinto su olor,

que no lo supe clasificar;

tan penetrante,

que aún conservo su mirada en mi retina;

tan suave, tan salvaje, tan puro…


Pero tan rápido como vino se fue

y de nuevo me volvió ese olor a hollín.


Vivo sin saber si aún perdura su aroma,

pero mis sentidos siguen despiertos,

y sin aire en los pulmones lo busco

para volver a respirar de nuevo.

miércoles, 22 de julio de 2009

Luces artificiales y sombras

Sólo buscaba una luna enterrada en el asfalto, pues ha anochecido y no sé dónde estoy, ni hacia dónde ir. Un mundo lóbrego en el que vive solitario un niño asustado.

Volver a sentir las uñas despegarse de la piel y la sangre caliente y viscosa en mis manos para encontrar una luz.

Ella no guiará mis pasos, ella nunca será mi meta, sólo le pido que ilumine parte del camino que anduve ciego tantas veces, y que me deje ver quién soy y hacia dónde van mis pies.

Nunca quise tomar sólo una senda y caminé en todas las direcciones con los ojos cerrados, mientras una suave brisa me empujaba a avanzar. Ahora son vientos huracanados los que me obligan a correr, a elegir una senda, a terminar mi camino.

Hoy la luna se ha escondido y no sé dónde buscarla, pero cuanto más me acerco a ella, más sombras dejo tras de mí.

domingo, 12 de julio de 2009

Aquel niño enamorado del infinito

Siempre quise ser él, pero ha envejecido y se ha convertido en alguien aterrado por el paso del tiempo.

Un niño que guardaba sus ilusiones en una caja de metal y las escondía como si fueran un tesoro. Sueños rotos que se perdieron y que, aunque de mayor vuelva a encontrar esa caja mágica, seguirán perdidos en el tiempo.

Recuerdos que se acumulan en un desván, como trozos de cristales que se guardan, pero que ya sólo producen heridas al querer acariciarlos.

Porque a veces nos sentimos bien recordando tiempos pasados, tiempos alegres; pero también a veces, al recordar aquellos días, sentimos vértigo al ver lo mucho que todo ha cambiado.

Momentos que producen dolor y nostalgia al mismo tiempo. Heridas que se reabren para volver a sentir que estamos vivos.

Esa ilusión que tenía aquel niño que miraba al infinito.

La sonrisa inocente y la ilusión por todo, hasta que, de repente, se marchita.

¿En qué momento se pierde?¿en qué momento se olvida?

Día a día y todo sigue igual, nada cambia... ¿nada?... ¿qué no cambia?

Siempre quise ser él, y una vez lo conseguí, durante un tiempo, aunque no podría decir cuándo empezó, ni cuando terminó. Porque el tiempo pasa muy sutilmente como un ladrón sigiloso que cuando te quieres dar cuenta te ha robado el alma.

Siempre quise ser él, pero ha envejecido.

Y se ha convertido en mí.